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La hiperactividad puede ser un arma de doble filo, y como padre o madre puede que esto represente un problema para ti. A continuación encontrarás algunos consejos prácticos para lidiar con este problema, ¡descúbrelos!
Escrito por Gladys González
Última actualización: 23 abril, 2021
Cuando somos madres y tenemos a un pequeño con mucha energía almacenada en su cuerpo, nos surgen múltiples interrogantes, entre ellas: ¿Cómo educar a un niño hiperactivo? Aquí te ofrecemos una guía de lo que debes saber de este trastorno así que ¡ánimo!
La maternidad es todo un reto ya que cuando somos madres debemos afrontar ciertos desafíos con nuestros hijos.
Tener un niño hiperactivo es sin duda una labor que requiere de mucha paciencia, amor y tolerancia, en especial durante sus primeros años.
Lo primero que debes saber es que la hiperactividad es generada por una “encefalitis letárgica”, un fenómeno que ocurre en el cerebro de algunos niños y que genera altos de niveles de actividad motora.
Algunas estadísticas señalan que entre el 40% al 50% de niños que tienen esta condición, presentan algunas dificultades para el aprendizaje.
Los niños hiperactivos nunca paran de hacer algo. El problema está en que es difícil que les interese una sola actividad por largo tiempo, por lo que lograr un estado prolongado de concentración es toda una proeza.
Si este es el caso de tu pequeño, lo ideal es contar con la evaluación de un médico experto que nos asesore durante esta compleja etapa.
El niño hiperactivo aumenta los niveles de intensidad motora cuando está con otros y la disminuye cuando están solos.
Existen algunas características que nos pueden ayudar a identificar si nuestro hijo es realmente un niño hiperactivo:
Esta interrogante surge una y otra vez en los padres cuando descubren que el consentido de la casa tiene esta condición. Para empezar debemos ser sinceras y asumir que no será tarea fácil.
Tener a un pequeño con un trastorno de hiperactividad y déficit de atención (THDA), es algo que debe trabajarse de forma mancomunada entre los padres, el médico, y los profesores.
Cuando creamos que vamos a desfallecer solo debemos pensar que hay personas dispuestas ayudarnos. Recuerda que en nuestro hijo está la fuerza para continuar.
¿Cómo le convenzo para que se siente a hacer los deberes? ¿Qué le digo para que no se levante mientras come? ¿Hay alguna manera de ayudarle a mejorar sus trabajos? ¿Qué hago para que me escuche?… » Si tienes un hijo con hiperactividad seguro que éstas y muchas otras preguntas han pasado mil veces por tu cabeza. Las respuestas te las dan una serie de estrategias que te explicamos a continuación.
Los síntomas que caracterizan el «Transtorno de Déficit de Atención con Hiperactividad» (TDAH) son la impulsividad, la hiperactividad y la baja atención. Pero, sin duda, lo que ayuda a detectarlo es observar si un niño manifiesta con frecuencia las siguientes conductas:
Si tu hijo cumple algunos de los puntos expuestos aquí, quizás sea recomendable acudir a un profesional para diagnosticar o descartar el trastorno de hiperactividad.
La forma de tratar el «Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad» es modificar o compensar lo más posible aquellas conductas típicas que repercuten negativamente en la vida diaria del niño y de su familia. El objetivo principal es reducir su impulsividad e inquietud motriz y aumentar su atención, que son la fuente de sus principales problemas. Las corrientes psicopedagógicas conductista y cognitivista ofrecen diversas estrategias para tratar la hiperactividad. La corriente conductista centra su atención en cómo el ambiente en el que se mueve el niño (la familia, los profesores, etc.) interactúa con él para, manejando esta interacción, modificar las formas de comportamiento. La corriente cognitivista actúa directamente sobre el niño enseñándole a ejercer su propio control a través del entrenamiento en estrategias.
Para modificar determinadas actitudes, como la agresividad o la desobediencia, se emplean técnicas de cambio conductual que se apoyan en la psicología conductista. La base de todas ellas es la idea de que todo comportamiento es una forma aprendida de responder a determinadas circunstancias. Cuando lo que obtenemos al responder de determinada manera es bueno, agradable o sirve a nuestros propósitos, esa respuesta se instaura en nosotros, es decir, la aprendemos y siempre que nos vemos en circunstancias similares respondemos igual. Por el contrario, si con nuestra actuación no logramos lo esperado, desechamos la respuesta como «no válida» y dejamos de emplearla.
Esto supone que tu actitud es fundamental a la hora de manejar la de tu hijo, ya que es la que le proporciona la información de si sus respuestas son adecuadas y sirven a sus propósitos o, por el contrario, debe sustituirlas por otras. Los padres pueden, sin darse cuenta, fomentar las respuestas inapropiadas. Un ejemplo muy claro es cuando se cede a un capricho, que se ha negado en un principio, para contener una rabieta. La conclusión del niño en esta ocasión es clara (y muy lógica): «enfadándome, gritando y tirando las cosas consigo lo que yo quiero». Resultado: cada vez recurrirá con más frecuencia a las pataletas.
Las técnicas de cambio de conducta lo que hacen es controlar las consecuencias de las acciones convirtiéndolas en agradables, a través del «refuerzo positivo», o desagradables mediante el «castigo». Aquellas conductas del niño a las que siga un «refuerzo positivo» serán aprendidas como útiles y se repetirán; aquellas otras a las que acompañe una consecuencia negativa terminarán desapareciendo. Los refuerzos pueden ser muy variados. Al principio, cuando una actitud está muy instaurada, se recurre a recompensas de tipo material (un juguete, una chuchería, etc.).
Posteriormente se van restringiendo este tipo de refuerzos para que el niño no haga las cosas por el premio sino porque realmente ha adquirido nuevas actitudes con las que se siente más satisfecho. Para ello, desde el principio (junto con las recompensas materiales) y a lo largo del tiempo (cuando ya se han eliminado aquellas) el niño debe recibir refuerzos sociales como abrazos, alabanzas o cualquier otra manifestación de afecto por lo bien que ha actuado. Por otra parte las consecuencias negativas, siempre relacionadas con las conductas que deseamos eliminar, serán cosas como quedarse sin ver la tele o recoger el cuarto, pero jamás castigos físicos. Además, toda consecuencia negativa debe ir acompañado del refuerzo de la conducta alternativa.
¿Cómo puedes aplicar todo esto?
Una forma es hacer un trato con tu hijo. Piensa en alguna cosa que quieras cambiar de él, por ejemplo, que no se levante de la mesa mientras come. Ya tienes establecido el objetivo general. Ahora, en función de la problemática, piensa cuándo y cómo vas a reforzar el cambio de comportamiento: si tu hijo no aguanta más de tres minutos seguidos en la mesa, empieza por reforzar que consiga estar sentado al menos cinco minutos. Según le vaya resultando más sencillo cumplir el objetivo ve aumentando el tiempo hasta que, finalmente, reciba el premio sólo si permanece toda la comida sin levantarse.
El siguiente paso es acordar el premio o refuerzo. En este caso lo más apropiado es un sistema de puntos o fichas canjeables. Elabora con tu hijo una lista de cosas que le gustaría hacer o conseguir y pon a cada cosa un valor en función de sus características: un caramelo 2 puntos, media hora más con el ordenador 8 puntos, ir al cine 14 puntos, comprar un juguete determinado 20 puntos, etc. Ya sólo queda ponerlo en práctica: cada vez que tu hijo cumpla el objetivo marcado refuérzale con un punto y cuando desee canjearlos dale la recompensa que le corresponda según acordasteis.
Según la corriente cognitivista, la forma más adecuada de ayudar a un niño hiperactivo a resolver sus problemas correctamente es entrenarle en los pasos que debe seguir, es decir, darle estrategias para que sepa cómo actuar.
Por ejemplo, mantener la atención es una habilidad casi automática en la mayoría de las personas, pero para un niño hiperactivo es todo un triunfo. Para facilitarle esta tarea debemos enseñarle cómo se presta atención facilitándole una serie de instrucciones que resuman eso que hacemos las personas cuando prestamos atención (centrarnos en lo importante, ignorar los estímulos irrelevantes, etc.). En este caso estaríamos hablando de estrategias atencionales.
Dicho así parece muy abstracto, sin embargo lo puedes aplicar de forma particular a cada una de las tareas con las que tu hijo tenga dificultades. Una manera de hacerlo efectivo es el «modelo de autoinstrucciones» que debéis practicar cada día tantos días como sea necesario hasta que tu hijo sea capaz de realizar el quinto paso de forma natural: