El vuelo de icaro para niños: Cuento corto de Ícaro y Dédalo para niños. Mitología griega

El vuelo de icaro para niños: Cuento corto de Ícaro y Dédalo para niños. Mitología griega

Cuento corto de Ícaro y Dédalo para niños. Mitología griega

Cómo explicar los mitos griegos a los niños a través de cuentos

El míto de Ícaroforma parte de uno de los relatos clásicos griegos más conocidos. Habla de un joven que, intentando escapar de la isla de Creta por el aire utilizando unas alas que le había construido su padre Dédalo, se siente tan poderoso e invencible que no escucha sus consejos. Ícaro es joven y arrogante y durante su vuelo olvida un importante consejo, básico para que las alas que está utilizando funcionen, y cae irremediablemente al mar ahogándose. 

Este cuento corto de Ícaro y Dédalo para niños, puede ayudarte a hacer entender a tus hijos que han de escuchar sus consejos, sobre todo aquellos que atañen a su propia seguridad. Además, es una estupenda manera de que conozcan estos relatos mitológicos que crearon los antiguos griegos para explicar su mundo.

Cuento de Ícaro para niños. Mitos griegos

Hace muchos, muchos años, vivía una artista de mucho talento, se llamaba Dédalo, quien había usado parte de su arte para hacer edificios y templos. Le consideraban el mejor arquitecto de su tiempo. 

Un buen día, el rey Minos invitó a Dédalo a visitarle en su isla, Creta. Y es que, el rey quería que Dédalo construyera un laberinto, para que fuera el hogar de su mascota, el temible minotauro, una criatura con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El rey amaba a ese monstruoso ser y a Dédalo le pareció un encargo un tanto extraño pero, un trabajo era un trabajo.

Así fue como Dédalo planificó un intrincado laberinto, era tan complicado que cualquiera que entrara se perdería hasta que alguien pudiera rescatarle. Para poderlo llevar a cabo, llevó a Creta a su hijo Ícaro. Pensó que el trabajo le llevaría un tiempo y su hijo disfrutaría nadando y jugando en la isla. 

Cuando lo hubo terminado, todo el mundo estaba feliz: Minos porque tenía un hogar para su mascota, Dédalo porque el encargo supuso un reto y un buen dinero e Ícaro porque aquel lugar era tranquilo y apacible. Tan agusto estaban que ni Dédalo ni Ícaro querían volver a su tierra.

Sin embargo, un buen día, se enteraron de un suceso relacionado con su laberinto. Por lo visto, un hombre, Teseo, y un grupo de niños habían entrado, matado al minotauro, escaparon y se llevaron a la hija del rey con ellos.

Lee la historia de Teseo y el laberinto del Minotauro para niños

El rey Minos estaba devastado, había perdido en solo un día a su querida hija y a su amada mascota. Estaba fuera de sí y decidió castigar al más inocente de todos, a Dédalo manteniéndolo prisionero junto con su hijo Ícaro en Creta.

Durante su cautiverio, Dédalo no paró de pensar en distintas formas de escapar y, un buen día, viendo a los pájaros que volaban sobre la isla tuvo una idea. 

– ¡Necesito alas!, se dijo a sí mismo Dédalo.

Dédalo comenzó a juntar todas las plumas de pájaroque pudo encontrar y las pegó con cera. Tras mucho trabajo, logró crear dos pares de alas, para él y para su hijo.  

– Ícaro, hijo, estas alas te permitirán volar, pero no vueles muy cerca de sol o las alas se derretirán.

Dédalo sujetó las alas al cuerpo de su hijo quien, las agitó y se lanzó hacia el cielo. El mismo, también comenzó a volar, para escapar de aquel lugar. 

Dejaron la isla de Creta tras ellos, el mar bajo sus pies brillaba más que nunca, el cielo estaba azul, una suave brisa les rozaba mientras sobrevolaban cual pájaros.

Alentado por ese momento mágico, Ícaro comenzó a volar más y más alto, voló tan alto que antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el sol comenzó a derretir la cera de sus alas, ante la mirada horrorizada de Dédalo.

En aquel mometo Ícaro se sintió caer. Agitó los brazos cada vez más rápido intentando mantenerse en el aire, pero fue inútil. El pobre Ícaro se sumergió en el agua y se ahogó.

Enseñanza: una persona puede caer en grandes errores cuando piensa que nada le puede pasar a él.

Artículos

relacionados

  • Cuento corto de Sísifo. Mitología griega para niños

    El mito de Sísifo, es uno de los relatos de la mitología griega más conocidos. Habla de un rey castigado por los dioses a empujar una piedra hacia la cima de una…

  • Cuento corto de Perseo y Medusa. Mitología griega para niños

    Para que tus hijos puedan conocer un poco mejor quienes eran los dioses, humanos, ninfas y otras criaturas que siembran los relatos de la Grecia Antigua, hemos…

  • Cuento corto de Teseo y el Minotauro. Mitología griega para niños

    Si quieres que tus hijos conozcan un poco más acerca de la mitología griega, puedes leer con ellos esta versión en forma de cuento corto de la historia de Teseo y…

  • Cuento corto de La caja de Pandora. Mitología griega para niños

    La caja de Pandora cuenta la historia de una bella mujer, creada por Hefesto, a petición de Zeus para castigar a Prometeo. Zeus le regala una caja que contenía…

  • Nombres mitológicos y de leyendas para bebés

    Hasta nosotros han llegado nombres mitológicos, de dioses y hombres y mujeres de leyenda como Ulises, Penélope, Zeus o Aquiles. Aquí encontrarás información de…

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter

El vuelo de Icaro – El Mundo de Los Niños

por Sally Benson

Hace mucho tiempo vivía en Grecia un famoso inventor. Su nombre era Dédalo. En cierta ocasión, se hallaba visitando con su hijo la isla de Creta, pero el rey Minos, gobernador de la isla, se enfadó con él, y ordenó que lo encerraran en una torre muy alta frente al mar.

Después de un tiempo, y con ayuda de su hijo Icaro, Dédalo consiguió escapar de la celda donde estaba prisionero; entonces, vio que no podía salir de la isla, pues la guardia del rey vigilaba cuidadosamente todos los barcos que salían hacia otros lugares y era difícil esconderse en alguno de ellos para huir.

Sin embargo, Dédalo no se desanimó por esta dificultad.

—Minos puede dominar el mar y la tierra —se decía—, pero no domina el aire. Probaré este medio.

En su escondite del acantilado habló con Icaro y le dijo que reuniera todas las plumas que pudiera encontrar en la costa rocosa. Como sobre la isla volaban miles de gaviotas, rápidamente logró juntar un enorme montón de plumas desprendidas de las aves. Entonces, Dédalo derritió cera para fabricar un esqueleto en forma de alas de pájaro. Las plumas pequeñas las pegó con cera y las grandes las ató con una cuerda. Icaro jugaba felizmente en la playa mientras su padre trabajaba; perseguía las plumas que el aire se llevaba, y a veces cogía trozos de cera y modelaba variadas figuras con sus dedos.

Era divertido hacer las alas. Las plumas brillaban al sol mientras la brisa las rizaba. Cuando hubo terminado su ingenioso invento, Dédalo se las ató a los hombros y se elevó del suelo aprovechando una ráfaga de viento. Al ver que daba resultado, construyó otro par de alas para su hijo. Eran más pequeñas que las suyas, pero fuertes y muy hermosas.

Finalmente, un día luminoso en que azotaba el viento, Dédalo ató las alas pequeñas a los hombros de Icaro para enseñarle a volar. Le hizo observar los movimientos de los pájaros, cómo volaban y se deslizaban sobre sus cabezas. Le señalaba el gracioso y bonito movimiento de las alas que batían suavemente el aire. Icaro comprendió en seguida que él también podía volar, y subiendo y bajando los brazos se levantó sobre la fina arena de la playa e incluso sobre las olas, dejando que sus pies tocaran la blanca espuma que se formaba al romper el agua contra las afiladas rocas.

Dédalo lo miraba con orgullo, y también con recelo; llamó a Icaro para que volviera a su lado y, poniendo el brazo sobre sus hombros, le dijo:

—Icaro, hijo mío, estamos a punto de emprender nuestro vuelo. Ningún ser humano ha ido antes por el aire, y quiero que oigas atentamente mis instrucciones: vuela a poca altura, pero ten en cuenta que si lo haces muy bajo, la niebla y la humedad mojarán tus alas, y si vuelas muy alto, el calor del sol fundirá la cera con que están formadas. Vuela sin separarte de mí y estarás a salvo.

Sujetó las alas fuertemente a la espalda de su hijo y le dio un beso. Icaro, de pie bajo el sol brillante, con las alas que le caían graciosamente de los hombros, el peló dorado y su mirada húmeda por la emoción, parecía un extraño y hermoso pájaro. Los ojos de Dédalo se llenaron de lágrimas y, dando la vuelta, se lanzó al aire al mismo tiempo que decía a Icaro que le siguiera. De vez en cuando, volvía la cabeza para asegurarse de que el niño estaba bien y sabía agitar las alas. Mientras pasaban sobre la tierra, antes de sobrevolar el mar removido, los campesinos se detenían a mirarlos y los pastores creían que se trataba de dos dioses.

Padre e hijo volaron largo tiempo y dejaron lejos las ciudades de Samos, Délos y Lebintos.

A Icaro, que movía alegremente las alas, le emocionaba la sensación fresca del viento que golpeaba su cara y acariciaba su cuerpo. Volaba cada vez más alto, hasta que llegó a las nubes. Su padre, al

ver que subía demasiado, trató de seguirle, pero su cuerpo era más pesado y no pudo alcanzarle. Icaro penetraba en las blandas nubes y volvía a salir. Le encantaba verse libre en el aire y, batiendo las alas con frenesí, subía más y más.

Pero el sol que le miraba fijamente, reblandecía con sus ardientes rayos la cera de sus alas; las plumas más pequeñas se soltaban y caían balanceándose lentamente, como para avisar a ícaro de que detuviera su loca subida. Sin embargo, Icaro seguía entusiasmado su vuelo; cuando se dio cuenta del peligro que le acechaba, el sol había calentado tanto las alas que las plumas más grandes también comenzaron a caer y él empezó a bajar como una flecha.

En aquel momento llamó a su padre pidiéndole ayuda, pero su voz se hundía en las aguas azules del mar, que desde entonces lleva su nombre.

Dédalo, lleno de ansiedad, le llamaba:

—¡Icaro, Icaro! ¡Hijo mío! ¿Dónde estás?

Por fin, vio las plumas que flotaban en el cielo y a su hijo que iba a estrellarse contra el mar. Dédalo se apresuró a salvarle, pero ya era tarde. Recogió al niño en sus brazos y fue volando hacia tierra, rozando con la punta de las alas el agua, por el doble peso que llevaban. Llorando desconsoladamente, enterró a su hijo y dio el nombre de Icaria a aquella tierra en recuerdo suyo.

Después, con ágil vuelo se lanzó otra vez al aire, pero sin el contento anterior; esta vez, su victoria sobre el aire era triste.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *