Niños que no juegan: 6 consecuencias de la ausencia del juego en niños

Niños que no juegan: 6 consecuencias de la ausencia del juego en niños

6 consecuencias de la ausencia del juego en niños

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El juego es una fuente de aprendizaje para los más pequeños. Su ausencia durante la infancia puede provocar efectos no deseados como una escasa capacidad de autonomía o inmadurez en el desarrollo emocional.

Escrito y verificado por el abogado Francisco María García.

Última actualización: 09 junio, 2020

Jugar es muy saludable; cuando juega, el niño explora el mundo. Imita a los mayores, prueba alternativas, experimenta, resuelve problemas, desarrolla su pensamiento y su creatividad. Un niño que juega seguramente será un adulto bien adaptado y con buen desempeño en la vida. Por el contrario, la ausencia del juego en niños impacta negativamente sobre su futuro.

Las oportunidades de jugar que tienen los niños son cada vez menos. Un problema que se va extendiendo día a día es el de los “niños con agenda”. Son niños que van de una actividad a otra durante todo el día y que no tienen tiempo para jugar.

El colegio, el deporte organizado, idiomas, danzas, artes marciales, música y un sinfín de otras actividades llenan el día a día de los pequeños. Llegan a sus casas agotados y ya no tienen ganas de jugar.

Son niños a los que no se les reserva tiempo para jugar libremente. Es necesario que la organización familiar entienda que jugar es aprender, y que el tiempo en el que el niño juega es fundamental para su desarrollo.

1.- Escasa creatividad e imaginación

La creatividad es imprescindible para la vida. Es la llave que permite resolver problemas y manejar diferentes situaciones. El mundo que el niño crea cuando juega se vuelve real para él. Mediante el juego la creatividad del niño se despliega. Está demostrado que la ausencia del juego en niños obstaculiza esta capacidad que es la que permite el pensamiento original.

2.- Falta de autonomía e independencia

A medida que evoluciona y crece, el niño debe desprenderse de su madre y de su padre y adquirir cierta autonomía. El juego es fundamental para que esto ocurra, porque en situaciones de juego el niño toma decisiones, resuelve problemas y actúa sin que un adulto le indique lo que debe hacer. Jugando despliega su autonomía.

El juego es un entrenamiento para esta libertad individual. La ausencia del juego en niños provoca inseguridad y dependencia.

3.-  Timidez

El niño que no juega desde que es bebé generalmente es tímido e inseguro. Duda de todo lo que hace y se avergüenza ante cualquier situación en la que se vea expuesto.

Muchas veces, esa timidez es producto de padres que todo el día están diciéndole al niño lo que debe hacer. Además, lo reprenden cuando las cosas no le salen bien. En estos casos, se trata de niños a los que no se les da el espacio para jugar libremente, para liberar su energía y su potencial o para descubrir sus talentos.

Es un niño al que le falta la experimentación y la posibilidad de sentir que sí puede hacer las cosas que se propone.

“Es necesario que la organización familiar entienda que jugar es aprender, y que el tiempo en el que el niño juega es fundamental para su desarrollo”

4.- Dificultades para relacionarse con las personas

Jugar contribuye al desarrollo de habilidades sociales. La mayoría de las habilidades sociales que la persona necesita para tener éxito en la vida se adquieren a través del juego en la infancia.

Jugando, los niños aprenden a controlarse, a negociar, a trabajar en equipo, a esperar y a  compartir. La ausencia del juego en  niños genera personas aisladas, centradas en sí mismas e individualistas.

5.- Inmadurez en el desarrollo emocional

El juego es indispensable para el desarrollo emocional de los niños. El juego imaginario es fundamental, ya que con él el niño aprende mucho sobre sí mismo y puede proyectar sus emociones sin limitaciones. Se imagina a sí mismo venciendo obstáculos y temores y triunfando ante situaciones de riesgo, por lo que estas visualizaciones se vuelven verdaderas experiencias que lo enriquecen.

El niño se siente poderoso e independiente, y con ello se favorece su equilibrio emocional.

6.-  Mal carácter

En muchas ocasiones, el mal carácter del que tanto se quejan los padres es producto de que el niño no tiene oportunidad de jugar. Durante el juego el niño libera sus tensiones. El juego cumple una función catártica; por lo tanto, la ausencia del juego en niños hace que esa liberación se canalice por otros medios.

Una voz de alerta surge en los psicólogos: el juego en ordenadores y consolas limita mucho y enriquece poco. Por tanto, si bien los videojuegos pueden ser un complemento, lo fundamental es el juego libre, sin reglas fijas. Lo ideal es intercalar ratos de juego individual con otras de momentos compartidos con otros niños.

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¿Qué pasa cuando un niño no juega?

Una de las primeras imágenes que evocamos al pensar en un niño, probablemente se relaciona de alguna manera con el juego infantil.

El juego es necesario para relajar tensiones, divertirse y disfrutar del ocio. Pero además el juego llega a ser en la etapa preescolar, la actividad más desarrolladora del niño. Cuando un pequeño juega a “las casitas” o a los bomberos -por solo citar dos ejemplos- incorpora reglas y roles sociales. Además estimula su imaginación, creatividad, capacidad de memoria y otros recursos mentales. El juego con otros niños es esencial para entrenar pautas de relación y aprender competencias emocionales y sociales. Entre los tres y seis años de vida, el niño se desarrolla más durante el juego que con cualquier otra actividad.

Cuando arriba al período de la escolarización, el estudio pasa a ocupar un lugar protagónico. No obstante, el juego continúa siendo muy importante para el niño. En una reciente investigación realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana, se les hizo la siguiente pregunta a un grupo de escolares entre 9 y 10 años: ¿Qué es para ti estar bien, sentirte bien? Y todos expresaron como primera respuesta: el poder jugar y compartir con otros niños. Sin embargo, diferentes realidades hoy resultan adversas a esta definición de bienestar elaborada por ellos mismos.

A algunos padres les preocupa la preparación de los hijos. Desde edades tan precoces como los tres o cuatro años de vida, otros desde que comienzan los estudios primarios, son incorporados a diversas actividades formativas complementarias. Tal es el caso de la enseñanza de idiomas, baile, pintura, actuación, entre otras. En estos casos es importante tomar en cuenta los intereses de los niños y que además, el espacio y el tiempo para la necesidad de juego estén garantizados.

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